La responsabilidad técnica tras un fallo en puertas automáticas

19-11-2025

Hay fallos que hacen ruido y otros que pasan desapercibidos. Una puerta automática que se atasca o un sensor que deja de responder pueden parecer simples incidencias, parte del día a día de cualquier mantenedor. Pero cada fallo cuenta una historia: una revisión que se pospuso, una pieza que no se documentó, una recomendación que nunca se entregó al cliente.

Cada fallo es un recordatorio de que las puertas automáticas, tanto en entornos industriales como residenciales, forman parte de la seguridad y la operatividad de un espacio. Y aunque a veces no haya víctimas ni daños materiales, cada incidente deja algo en juego: la confianza del usuario y la reputación del profesional que intervino en su mantenimiento o reparación.

En España, mantener las puertas en condiciones seguras es una obligación legal, pero no lo es tener un contrato de mantenimiento permanente. Esto genera confusión: muchas puertas carecen de un mantenedor fijo, pero siguen estando sujetas a las mismas exigencias de seguridad industrial y prevención de riesgos. Por tanto, tanto el propietario como el técnico que interviene —sea mantenedor habitual o reparador puntual— asumen una parte de esa responsabilidad.

Prevenir fallos, en este contexto, no depende solo de la normativa, sino del criterio técnico y la buena práctica de cada profesional.

Una puerta que falla no solo se rompe, pone en riesgo

Cuando una puerta automática deja de funcionar, el problema parece técnico. No abre, no detecta, se bloquea. Pero las consecuencias pueden ser graves: personas atrapadas, accesos bloqueados, actividad interrumpida o incluso incumplimientos en materia de seguridad laboral.

El usuario ve un fallo mecánico, pero el técnico sabe que detrás de esa avería puede haber un mantenimiento insuficiente, una falta de ajustes, o simplemente la ausencia de seguimiento. Y cuando ocurre un incidente, la primera pregunta suele ser la misma: ¿quién era el mantenedor? Aquí es donde empieza la responsabilidad profesional. No porque exista un contrato, sino porque toda intervención deja huella. Un fallo técnico, en última instancia, también puede interpretarse como un fallo de diligencia si no se demuestra que la puerta se encontraba en condiciones adecuadas.

Por qué fallan las puertas automáticas

Y es que, pese a que cada puerta tiene su historia, pero los motivos suelen repetirse. El más común es el mantenimiento deficiente o directamente inexistente. Hay instalaciones que pasan años sin una revisión real. Hasta que un día dejan de funcionar, y entonces todo corre prisa. En esos casos, la avería no es una sorpresa: es el resultado natural de la falta de seguimiento.

También hay fallos provocados por componentes no originales o incompatibles. En apariencia, todo encaja. Pero las puertas automáticas son sistemas sincronizados, y basta con una pieza que no cumpla las especificaciones del fabricante para alterar la lógica de funcionamiento. Un sensor que reacciona un segundo más tarde puede marcar la diferencia entre seguridad y accidente.

Otra causa habitual está en el uso o las condiciones. Un motor diseñado para 20 ciclos diarios trabajando en una puerta de garaje comunitario con 200 movimientos al día no tardará en pedir auxilio. Lo mismo ocurre con entornos agresivos: humedad, polvo, frío extremo o exposición solar constante acortan la vida útil de cualquier sistema si no se adapta correctamente.

Y luego están los cambios invisibles: los ajustes hechos por terceros sin dejar rastro. Un puenteo improvisado, una central modificada, un fusible sustituido sin registro. Cuando ocurre un incidente y nadie sabe quién tocó qué, la responsabilidad acaba en quien figura en la placa del mantenedor. Este tipo de situaciones ilustra bien cómo se entrelazan los fallos en puertas automáticas y la responsabilidad del técnico, especialmente cuando falta trazabilidad documental.

¿Quién responde? Y por qué no todo es culpa del mantenedor

En este sector, la línea entre lo técnico y lo legal es delgada, pero hay algo que está claro: el técnico es responsable de su trabajo, no del uso que el cliente haga después. Sin embargo, cuando no hay registros claros, todo el peso recae en quien “parece” responsable, y eso casi siempre es el mantenedor.

Aunque no existe una obligación legal de contar con un mantenedor fijo, sí es obligatorio mantener las puertas automáticas en condiciones seguras, conforme a la Ley de Industria y a la normativa de Prevención de Riesgos Laborales.

El Código Técnico de la Edificación (CTE) ya lo reflejó en su modificación del 23 de abril de 2009, cuando señaló que la instalación, uso y mantenimiento de las puertas de garaje, industriales y comerciales debía realizarse según la norma UNE EN 16235:2002+A1:2009. A pesar de que este texto fue posteriormente retirado del cuerpo principal del CTE y relegado a nota a pie de página, su valor interpretativo sigue siendo relevante.

No obstante, la UNE EN 16235:2002+A1:2009 fue anulada el 20/10/2022 y no ha sido sustituida por la UNE EN 12453:2018+A1:2022, ya que esta última se centra en los aspectos técnicos y métodos de ensayo para garantizar la seguridad de uso, pero no aborda cuestiones de mantenimiento.

En la actualidad, la UNE 85635 continúa vigente y es la referencia citada en los comentarios del CTE DB SUA (15/07/2024). Aunque también se menciona por error la UNE-EN 12635, ya derogada, la 85635 se mantiene como guía técnica de referencia en España.

No es de obligado cumplimiento, pero su aplicación demuestra diligencia profesional y se considera esencial en auditorías, certificaciones y controles de seguridad industrial. Esta norma insiste en la necesidad de conservar las puertas conforme a las instrucciones del fabricante, o en su defecto, siguiendo procedimientos equivalentes que garanticen el cumplimiento del marcado CE y la seguridad de uso.

En este contexto, AEPA —la Asociación Empresarial de Puertas Manuales y Automáticas— ofrece orientación técnica, formación actualizada y recursos útiles para que los profesionales del sector trabajen con criterios claros, incluso cuando la normativa no es vinculante.

Cómo prevenir conflictos y proteger tu trabajo

A la hora de dirimir la responsabilidad del mantenedor y del reparador ocasional, es donde conviene distinguir que el mantenedor fijo —aquel que realiza revisiones periódicas y conserva la trazabilidad del sistema— asume una responsabilidad más amplia. Se espera de él que mantenga la puerta operativa y sin riesgos previsibles. Si una avería se produce por falta de revisión o por omisión de recomendaciones, su responsabilidad técnica puede ser significativa.

El reparador ocasional, en cambio, responde únicamente de su intervención concreta. Su deber es dejar la puerta en condiciones seguras tras la reparación, pero no puede garantizar el estado general de un sistema que no mantiene de forma regular. Su responsabilidad se limita al alcance de su actuación y a los posibles fallos derivados de ella. Esta diferencia, aunque a menudo se ignora, es clave para proteger la profesión y definir correctamente las expectativas de cada parte.

En cualquier caso, sea mantenedor habitual o técnico puntual, la protección empieza siempre por la documentación.
Un registro claro —qué se hizo, cuándo y por qué— es la mejor herramienta de defensa ante cualquier reclamación. A su vez, una nota firmada por el cliente, una observación técnica o un aviso de sustitución recomendado son pruebas de diligencia. Mientras que también es fundamental comunicar por escrito las recomendaciones. Si se detecta un riesgo, debe notificarse expresamente: “se recomienda sustituir el sensor antes del invierno”, “la guía presenta desgaste, conviene revisar en 3 meses”. Estas advertencias documentadas pueden marcar la diferencia entre un profesional previsor y un técnico que “no avisó”.

Y, por último, formación continua. Las normas cambian, los sistemas evolucionan, y lo que hace unos años era una instalación estándar hoy puede requerir medidas adicionales. El conocimiento técnico actualizado no solo mejora el servicio: respalda la responsabilidad profesional.

Conclusión: tu trabajo no termina cuando la puerta se cierra

Una puerta automática no es un elemento más del edificio. Es parte del sistema de seguridad, de evacuación y de accesibilidad. Su fiabilidad depende del cuidado que haya detrás, y ese cuidado tiene nombre y apellidos: los del técnico que la instaló y la mantiene.

Un profesional que previene, documenta y se comunica deja huella. No solo evita incidentes, también genera confianza. Porque cuando un cliente sabe que su puerta está en manos de alguien que se anticipa a los fallos, lo más probable es que siga contando con él muchos años.

En este oficio, la diferencia entre reparar y garantizar seguridad está en la forma de trabajar. Y cuando se trabaja bien, una puerta automática deja de ser un riesgo para convertirse en lo que siempre debió ser: una entrada segura y fiable, abierta gracias al criterio de un buen técnico.